Desde esta perspectiva (Neugarten, 1975; Baltes, 1987) se
considera el proceso de envejecimiento
como un continuo a lo largo de la vida. Este enfoque tienen en cuenta no solo los factores ligados al paso del
tiempo en la personas, sino también los relacionados
con el contexto cultural e histórico al que pertenecen. De igual forma, se consideran las experiencias vitales
individuales, normativas y no normativas. Así, se sostiene que, a lo largo de la existencia, se
va incrementando la variabilidad interindividual de modo que, a medida que se
envejece, las personas van siendo más diferentes
entre sí.
Entre los supuestos básicos del ciclo vital, está el de que a lo
largo de la vida se produce un
equilibrio entre las ganancias y las perdidas que se experimentan. En los primeros años de vida hay un predominio de
las ganancias, mientras que durante la vejez
ocurre el proceso contrario, y son las pérdidas las que sobresalen. Sin
embargo, se considera que a lo largo de
la vida hay una coexistencia de estos dos elementos. Así, en este enfoque se reconoce que se producen
ganancias incluso en los últimos años de la
vida de los sujetos. Por otra parte, se toma en cuenta la existencia de
las diferencias inter e
intraindividuales, y que el paso del tiempo no tiene por qué afectar de la
misma forma a todas las habilidades.
Así, mientras algunas de ellas podrían permanecer estables o incluso mejorar, como es el caso
de la inteligencia cristalizada, otras, como la
inteligencia fluida, experimentarían un declive con el avance de la
edad.
En cuanto a la variabilidad interindividual, se plasma en tres
formas de envejecer: la vejez normal,
que cursa sin discapacidades, la vejez patológica, asociada a enfermedades generalmente crónicas, y la
vejez competente, saludable o con éxito. Este último tipo de envejecimiento,
implicaría diferentes estrategias para minimizar las amenazas de pérdidas a
través de diferentes mecanismos, como son los de selección, compensación y optimización.
En la selección, los sujetos eligen sus objetivos y las
estrategias para alcanzarlos en función
de los recursos que consideran que disponen. En definitiva, se trata de
saber escoger las actividades y esfuerzos
que sean los más adecuados para conseguir armonizar las exigencias ambientales
y las disposiciones biológicas y motivacionales.
La optimización supone
minimizar las perdidas y maximizar las ganancias conseguidas, lo que requiere la aplicación de
un conjunto de factores conductuales que impulsen la mejora del individuo.
Entre los elementos que se consideran relevantes para la tarea de optimización
están el conocimiento cultural, la práctica y el esfuerzo. El organismo
responde a las pérdidas adquiriendo nuevas estrategias que le permiten seguir
alcanzando metas, ya que existe una capacidad de reserva de aprendizaje a
lo largo de toda la vida,
independientemente de los años que se tengan (Baltes y Baltes, 1990;
Fernández-Ballesteros, 2000).
Finalmente, el mecanismo de
compensación implica
contrarrestar las pérdidas por medio de
las capacidades que no han experimentado un decremento, así como a la posibilidad
de reparar el declive mediante entrenamientos concretos.
Por lo tanto, desde esta perspectiva, el ser humano es concebido
como un organismo activo y con capacidad de plasticidad suficiente para
adaptarse y para compensar, en cierta medida, las pérdidas que experimenta.
JASBLEYDI ANDREA JIMENEZ ZAPATA.
JASBLEYDI ANDREA JIMENEZ ZAPATA.
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